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La leyenda de “Las Rosas”

La leyenda de “Las Rosas”
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La leyenda de “Las Rosas” Aster, la mujer sin peso, se deslizaba como una nube por los cielos del alba. El viento que jugaba con ella la persiguió y le desgarró la manga de su vestido blanco.  

Entonces la mujer fue a casa de Faruz, el jardinero del cielo. -¡Oh Faruz! –  Dijo,  entregándole el jirón de tela leve y aterciopelada, -crea  una flor nueva, una flor incomparable. Faruz  palpó levemente aquel poco de luz, aquel poco de blancura. Y pronto,  se puso a recortar pétalo por pétalo del tejido que a su vez inhalaba y exhalaba  hermosos perfumes de los jardines celestiales. Formó una hermosa corola y completó la flor con seda verde y plantó con mucho cuidado el brillante tallo en la tierra. Al día siguiente, con extraordinario asombro, vio que de donde había colocado aquella  flor, habían surgido miles de corolas blancas de hermosa y deliciosa fragancia. Mientras contemplaba el prodigio de aquellas flores, un ladrón que había entrado en aquel jardín se arrojo corriendo sobre la frágil belleza, destrozando con rudeza los brillantes tallos. Faruz se dio cuenta de la maldad de aquel hombre, precisamente cuando estrechaba entre sus manos un enorme manojo de aquellas espléndidas y mágicas flores, y  huía veloz, con una mano libre. Trató de atrapar al ladrón para castigarlo, pero fue en vano.

“Esas flores son demasiado hermosas” pensó el jardinero jadeando de fatiga, tras  la inútil persecución, mientras observaba su jardín devastado, “Son demasiado hermosas, ¿Quién al verlas, no sentirá la necesidad de cogerlas? Se lamentaba. -No te preocupes- aconsejo una voz- Descansa, duerme; cuando despiertes tendrás una alegría. Faruz se  echó  sobre la tierra tibia sin preguntarse a quien pertenecía la voz misteriosa. Un sueño pesado, denso, le cerró los ojos, sacándolo al instante de su triste pensamiento. Cuando despertó, vio que los tallos de sus flores estaban protegidos por espinas. Un milagro. Los hombres ya no podrían acercarse sin peligro a las flores, a las rosas. “El rosal, que resplandece como una gran nube blanca, ahora me pertenece verdaderamente”, pensó Faruz. Y sin temor a ser nuevamente robado, se encaminó al palacio para anunciar al sultán de los jardines,  el prodigio de las rosas. Mientras tanto, el fuego vio las rosas, las suaves y aterciopeladas rosas blancas. Alargó su llama roja hacia el rosal y acarició una de las corolas que, al ardiente contacto, tomó un vivo color de sangre. También el sol, que estaba recorriendo los caminos celestes en su carroza de luz, vio la nube de  rosas , y le gustaron tanto que con un haz de rayos beso veinte, treinta, cien rosas blancas , y ese beso luminoso ofreció a cada flor un dorado hechizo. Llego luego el turno del ocaso en el que resplandece desde hace siglos la tristeza  y la melancolía de los poetas. El ocaso se enamoró de las rosas y envolvió un manojo de ellas en sus velos ofreciéndole a cada pétalo la rosada gracia suavísima de su color. Y cuando Faruz y el sultán llegaron junto al  jardín maravilloso, vieron entre las cándidas flores, las rosas  de fuego, las rosas del sol y las rosas del ocaso. -¡El mundo ahora es realmente hermoso! – proclamó el sultán. Y ya que Faruz había tenido mérito en la magnífica obra, fue elegido príncipe, y las rosas mantendrían  por siempre el hechizo para enamorar, eso sí quien las tome deberá de tener cuidado con las espinas para no lastimar, ni lastimarse, igual que en el amor.

Colorín Colorado
 

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