
Mi papá en la cima de la montaña de Montserrat" Vengo llegando de una charla para padres acerca de los valores en la escuela de mis hijos, en ocasiones me molesta que intenten fomentar los valores con pláticas teóricas y luego encontrarte a la misma gente actuando como siempre. Pero esta vez, salí con más ánimo que cuando entré. La charla fue llevada desde el principio para valorar la importancia que tiene un padre hacia el carácter de sus hijos.
La maestra que nos dio la charla y el material que presentaron fueron muy buenos, pero lo que en verdad me restauró la confianza en mí, en mis hijos y en todo el mundo, fue un recuerdo que me llenó de lágrimas los ojos. Mi papá es un personaje excéntrico, él es un quejón de todo con el que he discutido millones de veces acerca de ser “realista” o “pesimista”, pero somos muy unidos, nos queremos y comprendemos a nuestra manera y eso ¡Me encanta! En un momento dado la presentación explicó las actitudes que los hijos valoran de sus papás y en el tercer ítem apareció la SINCERIDAD, entonces la maestra explicó que la mayoría de los padres se ven con la necesidad de ejercer su autoridad mostrándose a sí mismos infalibles, pero que nadie lo es y nos dijo a los padres de hoy, como si para todos fuera una sorpresa: “¡No saben cuánto aprecia un hijo que su padre reconozca que se equivocó!” Eso fue lo que me hizo caer desde el asiento de espectador hacia el rincón de mi memoria donde guardo desde hace más de 20 años, la imagen de mi papá, un sábado temprano, desayunando en la cocina y contándome que el gasto que había hecho para mi hermano no tenía importancia… Eso me dolió inmensamente, porque unas semanas atrás él me había negado la posibilidad de quedarme con un monto similar del aporte que yo daba de mi sueldo para los gastos de la casa. Mi papá no negaba diciendo NO, él me decía que hiciera lo que yo quisiera, pero expresando lo mucho que significaba ese monto.
No me quedé tragándome las lágrimas de impotencia, le dije que él no era justo y le recordé sus propias palabras… Se quedó callado por un momento, el sol entraba por la ventana que tenía detrás de él y me pegaba en la cara, así que yo sólo podía distinguir su figura, pero no alcanzaba a leer la expresión de su cara y estaba lista para una nueva discusión, que lo negara, que lo justificara, en fin, que impusiera su autoridad y me amputara mi derecho a cuestionar… Entonces rompió el silencio con un simple: - ¡Tienes razón! Discúlpame, no sé porque cuando hablé contigo ése monto parecía mayor, pero tienes razón. Me equivoqué.
De repente todo se aclaró para mí, no era que mis cosas no le importaban, y además me quería tanto como para pedirme disculpas…
Ése instante fue un punto de inflexión en mi relación con mi papá, que siempre admiré, pero ése día me di cuenta de la valentía que tenía, del valor de la honestidad y cómo sirvió para entender sus razones en sus decisiones erradas o no, hoy sé además de cómo para mi autoestima.
Mi papá fue el recuerdo que me conmovió en la charla de valores, y saberme hija de un hombre tan valiente como él me da mucha fuerza de voluntad, para hacer el esfuerzo de seguir intentando ser mejor persona y confiar en que puedo ayudar a mis hijos a ser parte de un mundo mejor.
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